GÉNESIS DE LA PROPUESTA
Las naciones del mundo “caminan” sobre los ejes de la globalización; la política mundial apunta a la interdependencia, a la conformación de sociedades cada vez más plurales y participativas; sin embargo, simultáneamente, pareciera que los gobiernos del mundo necesitaran defenderse los unos de los otros y palabras como terrorismo, fanatismo religioso, intolerancia están lejos de desaparecer de nuestro vocabulario.
Promover el diálogo, la comprensión de lo diverso, la solidaridad y la fraternidad como paradigmas de relación entre los miembros de la sociedad y entre las naciones, resulta hoy día, no sólo un objetivo deseable, sino una exigencia urgente para garantizar la supervivencia de la especie humana.
“La verdadera realidad de la comunicación humana consiste en el diálogo, que no impone la opinión de uno contra la del otro, ni agrega la opinión de uno a la del otro a modo de suma. El diálogo transforma una y otra. La coincidencia, que no es ya mi opinión ni la tuya, sino una interpretación común del mundo, permite la solidaridad moral y social.” (Gadamer, 2001, pág. 103).
La universidad del siglo XXI tiene ante esta imperante necesidad, amplias posibilidades de contribuir a la edificación de la cultura del diálogo. La reflexión, el conocimiento, la creatividad, en fin la búsqueda de la verdad en todos y cada uno de los ámbitos del saber, son actividades cotidianas de la vida académica. Los claustros universitarios, al servicio de las necesidades personales, sociales, comunitarias, nacionales, regionales e internacionales coadyuvan a la conformación de esa actitud de apertura a la otredad. Por ejemplo, en el dinámico y difícil proceso de las migraciones permite “amar a la Patria del otro como a la propia” (Lubich, 2015) en las discusiones y polémicas permite escuchar al otro, y separar la idea de la persona, es decir, poder diferir, sin considerar al otro un enemigo; en el ámbito político da oportunidad de respetar al partido contrincante como al propio. En fin, hace factible realizar en hechos concretos y sin demagogias, el acercamiento y la comprensión entre los seres humanos, condiciones indispensables para construir la paz, no solo como ausencia de conflicto armado, sino como forma auténtica de vida.
“Si hay un lenguaje en el que todos los hombres pueden hablar y entenderse, ése es el lenguaje de la vida. A través de él podremos hablar de las cosas que, durante siglos, han llevado a los hombres a desentendernos, desconfiar, discrepar e incluso enfrentarnos; pero si realmente hablamos no el lenguaje de la ideología, de la imposición, del prejuicio o de la cerrazón, sino con el lenguaje de la vida, todos estaremos abocados, más pronto o más tarde, a entendernos.” (Busquet, 2007, pág. 7)
Promover el diálogo, la comprensión de lo diverso, la solidaridad y la fraternidad como paradigmas de relación entre los miembros de la sociedad y entre las naciones, resulta hoy día, no sólo un objetivo deseable, sino una exigencia urgente para garantizar la supervivencia de la especie humana.
“La verdadera realidad de la comunicación humana consiste en el diálogo, que no impone la opinión de uno contra la del otro, ni agrega la opinión de uno a la del otro a modo de suma. El diálogo transforma una y otra. La coincidencia, que no es ya mi opinión ni la tuya, sino una interpretación común del mundo, permite la solidaridad moral y social.” (Gadamer, 2001, pág. 103).
La universidad del siglo XXI tiene ante esta imperante necesidad, amplias posibilidades de contribuir a la edificación de la cultura del diálogo. La reflexión, el conocimiento, la creatividad, en fin la búsqueda de la verdad en todos y cada uno de los ámbitos del saber, son actividades cotidianas de la vida académica. Los claustros universitarios, al servicio de las necesidades personales, sociales, comunitarias, nacionales, regionales e internacionales coadyuvan a la conformación de esa actitud de apertura a la otredad. Por ejemplo, en el dinámico y difícil proceso de las migraciones permite “amar a la Patria del otro como a la propia” (Lubich, 2015) en las discusiones y polémicas permite escuchar al otro, y separar la idea de la persona, es decir, poder diferir, sin considerar al otro un enemigo; en el ámbito político da oportunidad de respetar al partido contrincante como al propio. En fin, hace factible realizar en hechos concretos y sin demagogias, el acercamiento y la comprensión entre los seres humanos, condiciones indispensables para construir la paz, no solo como ausencia de conflicto armado, sino como forma auténtica de vida.
“Si hay un lenguaje en el que todos los hombres pueden hablar y entenderse, ése es el lenguaje de la vida. A través de él podremos hablar de las cosas que, durante siglos, han llevado a los hombres a desentendernos, desconfiar, discrepar e incluso enfrentarnos; pero si realmente hablamos no el lenguaje de la ideología, de la imposición, del prejuicio o de la cerrazón, sino con el lenguaje de la vida, todos estaremos abocados, más pronto o más tarde, a entendernos.” (Busquet, 2007, pág. 7)